El día de cima fue muy largo y duro, 30 horas de ataque desde que partieron del campamento alto hasta que
pudieron regresar a él. Para superar los 400m de la pared final desde la rimaya, tuvieron que escalar 8 largos,
más un último tramo a pie hasta cima.
Han llamado a la vía “Suerte de Sarmiento”.
Esta es la crónica del ascenso a una montaña plagada de leyendas, cuyo nombre se mezcla con navegantes
españoles, el pirata Drake, Julio Verne y su capitán Nemo, y con los sueños casi delirantes de algunos buscadores de secretos por los confines de lo conocido.
“Expedición multidisciplinaria a la prístina e inclemente Cordillera Darwin en Tierra del Fuego. Con objetivos
científicos, artísticos, periodísticos y de intentar el ascenso del mítico Monte Sarmiento.”
Lo que no he podido hallar es el alma de la cordillera, prometida en la enorme poesía de su primera visión...
Detrás del cuadro no había nada ¡La Cordillera no tiene alma!
Emprendí pues el viaje a la “islas de la lluvia”, para buscar al hombre, los indios primitivos del extremo
austral, que, según mis cálculos, deberían haberse refugiado allí en número reducido para sobrevivir a
los “beneficios” de la civilización, pero no he podido hallar ni rastro de ellos. Habitada no hace mucho
tiempo en sus partes bajas – mesetas, valles, fiordos -, la montaña tenía un alma india que los invasores
blancos han destruido. Somos, pues, los responsables de la muerte de lo sobrenatural en los Andes
australes. Hemos destruido los viejos mitos sin reemplazarlos. Al morir los indios se han llevado el alma
de la cordillera, y este desierto sobrenatural representa para nosotros el peso del pecado, el precio que
debemos pagar por la incalificable destrucción de la raza cobriza (...)
Todo parecía tener que acabar sobre esa nota de muerte definitiva, pero no era así. Después de la desaparición
de la raza cobriza, el hombre blanco volvía a la cordillera, y, por el andinismo, reanudaba la
tradición de sacrificio, de sangre(...)
Saint-Loup (Marc Augier), 1952
(Montañas del Pacífico, pg. 9-11)
Monte Sarmiento ... ¿y por qué no?
Con Natalia Martínez y como parte de nuestro proyecto UNCHARTED, ya soñabamos hace tiempo con visitar la Cordillera de Darwin, idea que se materializó
al plegarnos al proyecto CORDARWIN.13, una expedición
multidisciplinaria sin fines de lucro organizada
por Gonzalo Campos y su compañía Xplorator, que
congregaría múltiples equipos, persiguiendo metas
científicas, artísticas, documentales y andinísticas.
Cuando nos invitaron a conformar el equipo de montañistas
que tendría por objetivo alcanzar la cumbre
del Monte Sarmiento nos pareció una locura, nos
sentíamos como David contra Goliat, pero tal como
sugiere la historia bíblica... podíamos intentarlo ¿El
Sarmiento?... bueno hay que probar ¿por que no?.
El mar: extraño elemento ...
El día 9 de Agosto de 2013 llegamos a Punta Arenas,
entregados a los preparativos de equipo, comida,
combustible y permisos, mientras con frecuencia revisábamos
el meteo en el NOAA, en el que lentamente
se consolidaba una ventana para el día 23 de Agosto.
Pasó el día planeado para el zarpe y comenzó una
angustiosa espera mientras el viento azotaba sin tregua
las aguas del estrecho, frustrando cualquier intento
de zarpe. Pasaron 3, 4, 5, 6 días y las espera
se hacía cada vez más difícil, no por el ocio si no por
que la presión pronosticada para el día 23 subía y
subía, llegando a la excepcional marca de los 1040
milibares. Y nosotros seguíamos en Punta Arenas.
Finalmente una tregua del viento permitió que el día
17 el velero cruzara desde su fondeadero en Porvenir
hasta Barranco Amarillo en Punta Arenas, donde
cargamos el equipo y la comida para zarpar durante
la madrugada, esperando llegar antes del medio día
a los pies del Monte Sarmiento.
Cuando la quilla empezó a rasgar las aguas del estrecho
nos llenamos de alegría de estar finalmente
rumbo a la montaña, pero las sonrisas se fueron diluyendo
en la medida que el viento encrespaba las
aguas y el barco comenzada a cabecear. El flamante
equipo de montaña figuraba al poco andar tendido en
las literas y reducidos a su mínima expresión, y mientras
Gonzalo, Guy, la Cote y Rodrigo luchaban contra
el mar nosotros no podíamos más que luchar contra
nuestro almuerzo que quería a toda costa salírse de
las tripas. Yo fui el primero en fracasar y el olor de mi
almuerzo semi digerido desencadenó una reacción
en cadena... ¡el grupo de montaña ya estaba trabajando
en equipo!
El mal tiempo demoró el viaje dos días más de lo esperado, la ansiedad comenzó a desaparecer en la medida que en el horizonte se delineaban poco a poco los glaciares que bajaban de una espesa masa de nubes que delataba la posición del coloso.
Contra el tiempo y el tiempo
La tarde del 19 de Agosto teníamos ya montado nuestro
campamento base en un idílico rincón del bosque,
pero el panorama no era fácil. Habiendo planificado
la logística para una expedición de 30 días, ahora,
si queríamos aprovechar la ventana de buen tiempo
que se acercaba, tendríamos que tener montado
nuestro campamento alto en sólo tres días... parecía
imposible pero teníamos que intentarlo.
Al día siguiente partimos a primera hora con el primer
porteo, buscando nuestro camino en un bosque
de aspecto mágico, cubierto con una prístina capa
de nieve. Por fortuna ya se ha formado un sendero
bien marcado, probablemente consolidado por Agnolotti
en 1972 con sus cinco toneladas de equipo,
buena parte de los cuales tuvieron que pasar por este
bosque, incluido un refugio “cubo”, una estructura de
madera que montarían en el col Vittore. Superado el
bosque, seguimos entre nevadas y ráfagas de nieve
progresando hacia el col Vittore. A los 300 metros de
altitud decidimos que ya era hora de usar los esquíes
y comenzamos a randonear. Cortinas de niebla a veces
nos envolvían a veces por completo y otras se
dispersaban para dejarnos disfrutar el el magnífico
paisaje que regalaba el glaciar Schiaparelli, el lago
Azul y el canal Magdalena.
Un bloque con un prominente techo nos recordó la
descripción de Conway, que decía haber escondido
en una roca similar su rifle, pues ya se sentía a salvo
de los indígenas.
Un embargo de melancolía nos invadió al pensar que
donde ahora sólo veíamos costas sombrías y deshabitadas,
el aventurero inglés contó las fogatas de los
campamentos Kawéskar por docenas.
El viento comenzaba a bambolearnos y la niebla se
cerraba cada vez más mientras subíamos. A tientas
bajamos al glaciar Conway donde dejamos nuestro
primer depósito. Sobre los esquíes perdimos altura
rápidamente y algunos rayos de sol que se colaron
entre la niebla realzaron el contraste y nos permitieron
disfrutar a ratos una nieve polvo extraordinaria
en un entorno mágico, sentíamos que empezábamos
con el pie derecho.
Al día siguiente ya apuntábamos a llegar al campamento
alto en el collado Norte, aunque el clima no
ayudaba. Repetimos el camino de ayer entre gruesos
copos y insistentes ráfagas de viento que aumentaban
en frecuencia y potencia con cada metro ganado.
Las ráfagas más fuertes comenzaron a tirarnos al piso
una y otra vez, se anunciaban con graves rugidos, a
los que en ocasiones nos resistiamos con fuerza y en
otras simplemente nos dejábamos caer sabiendo que
era batalla perdida. Llegando al col, mientras caigo
puedo ver a Natalia y Nine cayendo en serie tras de
mi, como fichas de un dominó gigante.
El viento sigue azotándonos brutalmente hasta alcanzar
el depósito. Allí concluimos que aunque podríamos
forzar la marcha hasta el collado Norte, armar
un campamento en estas condiciones sería muy
arriesgado, pues por su posición el viento podría ser
ahí aún más intenso. Decidimos quedarnos junto al
depósito y armar una cueva en la nieve para pasar la
noche. Mientras cavamos, las ráfagas nos obligaban a andar en cuatro patas y eran capaces de sacar volando
desde el suelo nuestras mochilas, a pesar de
estar cargadas con más de 30kg.
Debido a una nieve dura y compacta no conseguimos
más que un nicho, donde pasmos la noche sentados
con nuestras colchonetas como respaldo, aunque era
una condición precaria cocinamos bien y nos reímos
largamente de nosotros mismos y los chascarros del
día. Encorvados y todo, pasamos una buena noche
y la moral está alta para salir nuevamente a batirse
contra las ráfagas que siguen arremolinándose afuera.
La falta de espacio complica cada maniobra, cualquier
cosa que necesitas está o debajo del trasero
de alguien, detrás de su espalda o tapando algún
hoyo en la puerta, pero entre contorsiones logramos
ir equipándonos y armando las cargas.
Sobre los esquíes comenzamos a enhebrar nuestro
camino entre grietas y seracs, que poco a poco
contorneamos hasta el collado Norte. Sabemos lo
expuesto del lugar, por lo que nos pasamos la tarde
armando un campamento fuerte, a buena altura y con
un muro potente.
El pronóstico no se equivocó para el día 23, y una noche
calma precedió una mañana épica, las brillantes
agujas heladas del monte Sarmiento se lanzaban hacia
el cielo al centro de una cúpula azul cobalto. Bajo
la cumbre se veía claramente la ruta que hace rato
veníamos recorriendo en nuestra imaginación, todo
era perfecto para escalar, una de esas oportunidades
que en Patagonia no se deben desaprovechar. Mientras
todo nuestro entorno decía “arriba!” no podíamos
creer que tuviéramos que bajar. Por seguridad habíamos
subido todo lo necesario para sobrevivir unos
días allá arriba en caso de un cambio inesperado del
tiempo, por lo que todo el equipo de escalada estaba
aún en la cueva.
Esa tarde, ya de vuelta con las cargas, nos fuimos
a dormir sintiendo una justificada angustia al pensar
que tal vez hayamos dejado pasar nuestra única
oportunidad de subir el cerro.
Aun así nos acostamos con la mente alineada para
la escalada y con vivas esperanzas que la Patagonia
nos regalara un día más.
Claro de luna
Poco después de la medianoche del 24 de Agosto,
despertamos en el mundo de nuestros sueños, la bóveda
celeste y sus estrellas se definían en todas direcciones
recortadas por el perfil audaz de la montañas.
La luz pálida de la luna revelaba cada detalle de
los caprichosos hongos de escarcha que estallaban
en cada vértice del Sarmiento. Un paisaje surrealista,
más propio de Neptuno o de alguna ingrávida lunade
Júpiter.
A las 3:45 h marchábamos sobre nuestros esquíes
rumbo a la pared, a cada zig-zag veíamos como la
Cruz del Sur se levantaba tras la cumbre del Monte
Sarmiento. En el plateau superior, hizo su aparición la
primera gran incógnita de la ruta: la rimaya. En este
paisaje ajeno se perdía todo sentido de perspectiva,
y la rimaya nos parecía de proporciones terroríficas.
Mientras avanzábamos con el alba pisándonos los talones,
la escudriñábamos buscando su punto débil.
Hacia el Este, el horizonte se vestía de naranjo tiñendo
de dorado los hongos de escarcha sobre nosotros,
dándoles un paradójico aspecto cálido y amable.
Cadencia
Salen las botas de esquí y entran las de montaña con
crampones y piolet. En su talón de Aquiles la rimaya
ofrecía un extraplomo de 5 metros cubierto de abundante
escarcha. Tras un breve intento por escalarlo
en libre nos damos cuenta de que era en vano y comenzamos
a progresar en artificial, cambiando el piolet
por la pala y cavando una zanja en diagonal hacia
arriba exponiendo el hielo que se ocultaba bajo casi
un metro de escarcha inconsistente y vacía. Una vez
reunidos sobre la rimaya todo dio un giro y la perspectiva
era alucinante. Sobre nosotros la ruta se lanzaba
elegantemente hacia la cima por un canalón rodeado
de exuberantes coliflores heladas, el hielo era excelente
y las condiciones perfectas. Rápidamente la
cuerda comenzó a fluir al ritmo del piolet seguido por
el tintineante compás de los tornillos de hielo... crampón,
crampón, piolet, piolet y así seguía la tonada.
Era un sueño haciéndose realidad, un momento que
sabíamos jamás se borrará de nuestras memorias.
La pendiente era más amable de lo que habíamos
esperado, muy sostenida eso si, pero rara vez superando
los 75°, lo que nos daba la sensación de que
la montaña amigablemente nos daba paso a sus dominios.
Largo tras largo fuimos ganando altura, mientras el
paisaje que se alzaba a nuestras espaldas nos maravillaba
cada vez más. Sin embargo la breve jornada
invernal se acercaba rápidamente a su ocaso y
mientras escalábamos ensimismados, las sombras
se alargaban silenciosas para regresarnos de golpe
a la realidad, sumiéndonos en un frío penetrante y
recordándonos la urgencia de la escalada, pues estas
extraordinarias condiciones no durarían demasiado...
y podrían no repetirse nuevamente en meses.
Sin casi darnos cuenta, comenzaba a regresar el
viento y nuestro horizonte infinito se vio reducido al
metro cuadrado que iluminaban nuestras linternas
frontales.
La ruta elegida estaba basada en una apuesta bastante
audaz, pues el canalón terminaba en un circo
franqueado por terroríficos hongos de hielo extraplomado.
Sin embargo, las sombras que pudimos observar
en algunas fotos nos indujeron a pensar que uno
de los hongos de la izquierda estaba desconectado
de la pared, abriendo una canaleta que nos permitiría
escapar hacia las suaves pendientes de nieve que
conducían a la cumbre.
Pero hace rato que esperábamos encontrar la dichosa
canaleta, y ya comenzábamos a temer que fuera
tan solo un producto de nuestra imaginación. Pasaban
los metros y no aparecía, hasta que de pronto...
crampón, crampón, piolet, piolet y a la siguiente mirada
a la izquierda el haz de luz penetró un canalón profundo
y directo que se habría camino entre dos colosales
hongos de hielo, resultó ser un túnel de viento,
que nos impulsaba con fuerza hacia arriba para llegar
al nevero y con ello al fin de la escalada técnica.
Magia
El frío y el viento contuvieron la ansiedad de la cumbre,
y tras de un promontorio abrigado del viento hicimos
una pausa para ordenar el equipo y ponernos
nuestra quinta y última capa de ropa, se comenzaban
a notar los -25°C pronosticados.
Danzando con las ráfagas de viento, caminamos finalmente
al punto que consolidaba un sueño de años.
La cumbre, más que un logro en sí misma era la
validación de un proceso fascinante, construido de
historias, luchas, pasiones, coincidencias y por sobre
todo de amistad, y alcanzarla no es más que un hito
que te muestra la potencia de esa amalgama de sentimientos,
capaz de llevarte a coronar el sueño más
imposible... a pisar el lugar más salvaje.
Mientras nos preparamos para el descenso, una luna
anaranjada como el sol se alzaba sobre el horizonte,
haciéndose mudo testigo de nuestra alegría, un punto
de referencia en el espacio infinito que nos rodeaba,
otro ingrediente del hechizo que nos posee.
El descenso siempre es de cuidado. Llevábamos casi
20 horas de esfuerzo ininterrumpido y sabemos que la cumbre no es motivo para bajar la guardia.
A la salida del túnel de viento montamos el primer
descuelgue en una estaca de nieve a la que seguirían
varios en Avalakovs. El cansancio se nota y en
las esperas en cada reunión el sueño nos vence por
segundos e ideas confusas comenzaban a revolotear
en la cabeza mientras colgábamos aún a cientos de
metros sobre el suelo.
Se nos pasa un nudo en la punta de la cuerda y se
queda atascado en la reunión... obligados
a desplegar fuerzas que no teníamos, escalamos
un largo más con brazos y piernas que solo quieren
descansar. Pequeños trozos de hielo barren la pared
incesantemente, al menos su golpeteo en los cascos
nos mantiene despiertos.
Agotados pero profundamente felices, finalmente llegamos
a la base de la rimaya donde nuestros esquíes
nos esperan. El cielo se ha encapotado de nubes
pero allá lejos en el horizonte Este, una rendija deja
escapar los rayos del sol allá en el seco dominio de la
pampa, los que venían a teñir de dorado la silueta de
la montaña. Es nuestro segundo amanecer en este
lugar tras 24 horas en la pared norte del Monte Sarmiento.
La visión es breve y el sol se esconde tras su
escudo de nubes, esa luz que nos hizo soñar con un
hermoso descenso en esquíes desaparece y la niebla
toma su lugar, cerrada como siempre todo volvía a
la normalidad. Con una pupila en la punta de los esquíes
y la otra en el GPS, bajamos lentamente hacia
nuestro campamento, apareciendo primero como una
pequeña mancha obscura en un mundo totalmente
blanco, y luego como la materialización de todo lo que
deseábamos: comida y descanso.
Dicen que soñar es necesario para fijar y digerir las
experiencias vividas; si es así, teníamos mucho trabajo
por delante...
Datos técnicos
El 19 Agosto, Natalia Martinez, Inés Dussaillant y
Camilo Rada, instalaron un campamento base en la
playa Bardonecchia al Oeste del Monte Sarmiento,
el día 22 instalan un campamento alto en el collado
norte a 1200 metros y el 24 ascendien a la cumbre
alcanzándola a las 22:45 h, siguiendo una nueva ruta
directa por la cara norte bautizada “Suerte de Sarmiento”
(400m D+). Abandonan la montaña el día 29
de Agosto.
Agradecimientos
Primero que nada Natalia, mi compañera en la aventura
y la motivadora por excelencia en todo momento,
y a Nine, que sufrió y se rió de todas las peripecias
del viaje, y cuya ayuda fue clave para el éxito de la escalada.
Luego a todo el equipo de CORDARWIN.13
que nos apoyaron en todo momento y en especial a
Gonzalo Campos que en busca de un sueño, logró
materializar el de muchos.
Tenemos que agradecer también a OR, que tiene
gran parte del mérito cundo se trató de enfrentar condiciones
climáticas adversas, la tecnología de sus
prendas fue clave para salir adelante en el duro clima
Patagonico. A Vertical que siempre nos a apoyado de
una u otra forma y a G3, por sus extraordinarios esquíes
de travesía, sin los cuales no hubiéramos llegado
a ningún lado.
Alma andina
El magnetismo del Monte Sarmiento tal vez no nace de su imponente mole alzándose 2200 metros directamente desde el mar como un gigantesco iceberg. Ni de sus cumbres centinelas del Estrecho de Magallanes ni de los caprichosos hongos de escarcha que ribetean su silueta. Ese magnetismo nace de esa “alma andina”, esa que se construye con las emociones y los sueños de los que urden con sus pasos la historia. Una historia escrita por navegantes por más de cuatro siglos y montañistas que desde hace 130 años se desafían a si mismos en las laderas del Rey de la Tierra del Fuego. Es una historia que florece a pesar de la brutal e irreparable mutilación de sus raíces Yámanas, Selknam y Kawéskar.El alma del Monte Sarmiento creció mágica y desafiante, pero siempre oculta tras un seductor velo de misterio.
Otro cuento de piratas
Oculto entre las nubes, el Monte Sarmiento pasó inadvertido para Hernando de Magallanes, mientras se descubría en 1520, el estrecho para la cosmografía Occidental. Por lo que el primer capítulo de su historia escrita comenzaría con las andanzas de pirata Drake, que el invierno de 1578 lograría cruzar el estrecho tras innumerables perdidas, las que recuperó con creces azolando asentamientos y barcos españoles en las costas de Chile y Perú. Las correrías del corsario motivaron una misión española en su persecución, comandada por Pedro Sarmiento de Gamboa, quien fracasó en su captura pero en su lugar escribiría el episodio más épico conocido en las tierras australes, cruzando el estrecho de Oeste a Este e iniciando la aventura y desventura de la colonización del estrecho (Ver nota “Suerte de Sarmiento”). A su paso, sarmiento de Gamboa descubriría “un Volcan altísimo nevado, en que (al parecer) por natural modestia la nieve y el fuego se respetan recíprocamente, y encogen en si mismos sus fuerzas y actividades: porque ni él se apaga , ni ella se derrite por la vecindad del otro.”A partir de ese momento los mapas de la Tierra del Fuego llenarían el blanco incógnito de su interior con la figura humeante de un volcán, escondido entre los fiordos y acompañado por los monstruos marinos e indígenas gigantes que les habitaban.
Fue Phillip Parker King y Rober Fitz Roy, capitán del H.M.S. Beagle, quienes dándose cuenta de que el “Volcán Nevado” de Sarmiento de Gamboa no era tal, decidieron rebautizarlo como Monte Sarmiento, en honor a su desdichado descubridor.
Durante una de sus expediciones, el ilustre naturalista Charles Darwin frente a la visión de aquella montaña la calificaría como “El espectáculo más sublime de la Tierra del Fuego”.
Con el tiempo la montaña se hizo parte de la mística de Patagonia austral, eje omnipresente de cada aventura en estas regiones tempestuosas. Incluso Julio Verne lo inmortalizaría en su obra “Veinte mil leguas de viaje submarino”, cuando a su paso por Cabo de Hornos el Nautilus asciende a la superficie y ve la figura del imponente Monte Sarmiento a la distancia. En esa visión Verne lo describe como un certero oráculo climático, que vaticina una tormenta por venir. Creencia aún aferrada en cada hombre de mar en Magallanes.
“... El Monte Sarmiento es el objeto más espléndido y notable de estas regiones, alzándose abruptamente desde el mar hasta los 7.000 pies. Sus dos picos parecen estar en el mismo cielo.... Cuando el sol brilla es la más magnífica visión.”
Teniente del H.M.S. Adventure, Thomas Graves, 1826
“... magníficos glaciares se extienden desde las montañas hasta el mismo mar. Apenas puedo imaginar algo más bello que el azul berilio de esos glaciares contrastados con el blanco inmaculado de sus altos campos nevados”
Charles Darwin, 1833
“... fuimos afortunados de disfrutar las escenas más impresionantes que ha capturado mi memoria. … como si estuviera enmarcado, se levantaba el magnifico Monte Sarmiento, el Matterhorn de estas regiones, levantándose desde la costa hasta una altura de 7,000 pies. Soberano único de estas soledades antárticas, no he conocido ninguna otra montaña que impresione con un sentimiento de admiración y sobrecogimiento tan profundo. … Me quedé por instantes completamente absorto por el maravilloso espectáculo.” John Ball, 1882
“He asistido a muchos espectáculos alpinos, he leído cien descripciones de entusiastas alpinistas, pero a mi pesar, debo confesar que en una sola ocasión he experimentado este sentimiento mezclado de gozo, de admiración, de espanto y ... qué sé yo de qué fui presa ante el Monte Sarmiento.”
Giacomo Bove, 1882
“De pronto - tan de repente que todo a quien lo vio se le escapó un gritó- allá muy por encima de las nubes, muy alto, sorprendentemente alto, apareció un punto de luz cual braza incandescente arrancada de las llamas”
Sir Martin Conway, 1898
“Contemplamos con sentimiento de amargura mezclado de despecho la cumbre del Sarmiento que se despoja de las nubes; también esta vez se ha burlado de nosotros. Mágica cumbre aquella, que ya hace un mes nos tiene subyugados con el atractivo de sus etéreas formas, fascinados con el hechizo de su majestuosa hermosura.”
Alberto Maria De Agostini, 1913
Suerte de Sarmiento
El nombre de la ruta viene de la desdichada historia del marino y explorador español Pedro Sarmiento de Gamboa, del cual toma su nombre el Monte Sarmiento.En su tiempo, el termino “suerte de sarmiento” era de uso popular para describir una aventura o persona perseguida por la mala suerte. Pues efectivamente la vida de Sarmiento de Gamboa fue una seguidilla de eventos desafortunados, algunos incluso aventuran que fue una maldición que cayó sobre él al derramar la sangre de los últimos incas, con los que fue despiadado, cosa curiosa siendo él quien recopilo el mayor tratado acerca la historia de este pueblo andino en su tiempo. Un buen ejemplo de esa mala suerte es su intento de colonizar el Estrecho de Magallanes.
Partió de España con 23 barcos y 2500 hombres y mujeres, a los pocos días una tormenta destruyó cuatro barcos. Luego de regresar a reparar los que quedaban volvió a zarpar con 16 barcos y en cada parada que hacía muchos morían o escapaban. A su llegada al estrecho, 5 barcos desertaron, pero continuo con los que quedaban y 538 hombres y mujeres. Una vez en el estrecho fundó dos colonias pero en el intertanto todos los demás barcos desertaron llevándose la mayor parte de los materiales y alimentos, dejándolo sólo con la nave que comandaba y dos colonias maltrechas. Antes de terminar de darle todo el apoyo a las colonias una tormenta lo arrojó de vuelta al Atlántico, donde los vientos le impedieron volver a ingresar al estrecho. Sabiendo de la precaria situación en que habían quedado los colonos decide ir a buscar pertrechos a Brasil, los que consiguió en Santos, pero en el camino de regreso naufragó producto de una de las tantas tormentas que soportaron. Sarmiento sin embargo sobrevivió, y en Bahía consiguió un nuevo barco y pertrechos con los que emprendió nuevamente el viaje hacia las colonias, pero antes de llegar una tormenta lo obligó a tirar toda la carga al mar para poder salvarse de un nuevo naufragio. De vuelta en bahía la tripulación se amotinó y lo abandonó.
Desesperado por conseguir ayuda para las colonias decidió volver a España, pero en el camino fue hecho prisionero por piratas ingleses, llevado a Inglaterra y liberado tras algunos meses, continuando así rumbo a España, pero en Francia llegando a la frontera fue hecho prisionero nuevamente y esa vez por tres largos años.
Durante ese tiempo, todos los colonos en el Estrecho de Magallanes murieron de hambre y enfermedad, excepto uno que fue rescatado por uno de los piratas que fueron a combatir, y otro, el último sobreviviente, fue encontrado medio loco y falleció a bordo del barco que lo rescatara. La colonia de la que Pedro Sarmiento de Gamboa fuera gobernador, pasaría a la historia como “Puerto de Hambre”.
Podemos así ver que fue vida marcada por la mala suerte, pero llena también de buena fortuna, pues sobrevivió a decenas de naufragios, enfermedades, motines y guerras. Rescatando este sentido dual y con un poco en paradoja, llamamos a la ruta “suerte de sarmiento” pues nuestra expedición estuvo también llena de “sucesos”, marcados por buena y mala suerte, pero por fortuna, siembre bajo una buena estrella, a diferencia de la desventurada vida de Sarmiento.
Historia del asedio a la Esfinge de Hielo
57 años para la 1ª repeticiónLos sentimientos inspirados por el Monte Sarmiento a los primeros exploradores a menudo tenían, en sus propias palabras, un tinte de espanto y pavor, fue incluso descrito como un “espectro de regiones sepulcrales”, pero en 1882 llegó el momento en que el temor fue vencido por el deseo de alcanzar la cumbre, siendo Doménico Lovisato quien diera el primer paso, y aunque sin éxito, daría inicio a una aventura centenaria en torno a esta mágica montaña.
Vendría luego la primera expedición organizada con el propósito de alcanzar la mágica cumbre, liderada por Sir Martin Conway a finales de 1898, quien tras realizar el primer ascenso del Illimani en Bolivia y de quedar a 50 metros de lograr la segunda ascensión al Aconcagua, tomo rumbo sur para tentar la escalada del Monte Sarmiento. Si bien su intento se vería impedido por el mal tiempo a poco menos de 1000m de altitud, Conway estableció la mejor ruta de aproximación a sus paredes, la que fue seguida más tarde por muchos, incluido nosotros 115 años después.
Al alba del siglo XX, entra en la escena una figura que quedaría íntimamente ligada a esta región, el infatigable explorador salesiano Alberto Maria De Agostini, que en sus primeros viajes a la Tierra del Fuego se vio hechizado por la figura del Sarmiento. Entre 1913 y 1914, De Agostini realizaría dos expediciones, pasando casi tres meses en la montaña y llegando más alto que nadie hasta ese entonces, pero negándosele la esquiva cumbre.
Ese sueño de juventud se transformó en obsesión, y sin darse por vencido en la empresa, De Agostini volvería en 1956, a sus 73 años, liderando una gran expedición que reclutaba los mejores alpinistas italianos de la época e impulsada por un profundo espíritu nacionalista.
Tras más de un mes de frustrados intentos en la pared norte, finalmente Clemente Maffei y Carlo Mauri se lanzarían en un audaz ascenso alpino, que en medio de la niebla y fuertes vientos finalmente coronó la mítica cumbre del Monte Sarmiento el 7 de Marzo de 1956. De Agostini inmortalizaría hazaña en su obra: Esfinges de hielo.
57 años de hechizos
Muchos desde entonces han querido seguir los pasos de Mauri y Maffei. Primero los japoneses en 1965-66, quienes tras soportar un tiempo implacable abandonaron la montaña en busca de objetivos menos ambiciosos.
Luego caería también bajo el hechizo de la Esfinge de Hielo el italiano Giuseppe Agnoloti, que en el afán de conquistar la hasta entonces virgen cumbre Oeste, realizó tres expediciones en 1969, 1971 y 1972, siendo privados de la satisfacción de la cumbre por pocos metros: “dos largos de cuerda que no haremos jamás. Una victoria no completa, pero, con todo, bella y llena de sufrimiento”. La magnitud de su lucha se trasluce vívidamente en el título de su libro “Sarmiento, inferno bianco”.
En 1984 los Galeses Alun Huges y Paul De Mengel remarían en sus kayaks desde Punta Arenas para medirse sin éxito contra el coloso.
Treinta años después de la primera ascensión, Cemente Maffei regresaría al Sarmiento para anotarse otra victoria junto a los Ragni di Lecco, y así serían también los italianos los que conquistarían la cumbre Oeste, en la víspera de Navidad de 1986. Los montañistas seguirían llegando de todas partes del mundo por décadas. En 1976 César Pérez de Tudela realiza un intento que terminaría con la primera víctima fatal de la montaña, cuando su compañero Fernando Martínez perdiera la vida producto de una caída de rocas.
Los latinoamericanos entran en la escena con la expedición argentina de 1991, luego en 1993, el monte Sarmiento vería por primera vez una mujer en sus laderas durante el intento de una expedición Británica.
En 1995 una expedición colmada de estrellas del montañismo intentaría coronar ambas cumbres. El equipo compuesto por Stephen Venables, Jim Wickwire, John Roskelley, Tim Macartney-Snape y Charlie Porter, tendría que conformarse con el logro no menor de la segunda ascensión a la cumbre Oeste, escabulléndose de sus manos la cumbre principal.
En 1999 aparecen los locales, representados por los chilenos Sergio Echeverría y Hernán Jofre, ese mismo año aparecería otro de los “hechizados”: El Alemán Ralf Gantzhorn, que frustrado en su empresa volvería el 2002, 2005 y 2010, en esta última oportunidad logrando la tercera ascensión de la cumbre Oeste junto a los escaladores Robert Jasper y Jörn Heller.
El año 1999 el hechizo caería también sobre los brasileños, que sin desalentarse por un primer fracaso volverían nuevamente el 2003 produciendo el galardonado documental “Extremo Sul” pero sin lograr la ansiada cumbre.
Los chilenos regresarían el 2002, y el 2004 comezaría una oleada de españoles que se lanzaban a por la cumbre, partiendo por la dupla andaluza de Iván Jara y José Antonio Pérez Jorge el 2004, y seguidos un año después por el equipo del programa de aventura “Al filo de lo imposible”, con José Carlos Tamayo, Iñaki San Vicente y Mikel Zabalza. Pero el clima no los dejó “ni pelear” por lo que no tuvieron cumbre ni imágenes para su programa.
El 2008 dieron la pelea los holandeses, y finalmente el 2010, una dupla formada por los legendarios escaladores Erhard Loretan y Romolo Nottaris harían también un intento pero sin alcanzar la esquiva cima.
Y así pasaron 57 años sin que se alcanzara la cúspide de esta montaña, que desveló a tantos hombres y mujeres que vieron frustrados sus anhelos coronar la montaña, cuya “alma andina” - como dijera Saint-Loup - se volvía cada vez más seductora con cada gota de sudor derramada en sus laderas y cada sueño sepultado en sus nieves eternas.
Para nosotros era un desafío de gigantes, un sueño imposible, una excálibur clavada en el confín de la tierra.