Llegamos a la carretera dejando atrás un puerto de más de tres mil metros que atraviesa una pista muy embarrada, varios cortes de nieve vieja que habían tapado la carretera y unos estrechos puentes que amenazaban con ceder ante el caudal de los torrentes. Parecía que la aventura había terminado. ¡Estamos salvados!- gritamos al unísono cuando tocamos el asfalto. Una lluvia intensa y persistente que no cesaba desde hacia varios días nos animó a continuar sin parar a comer, pues preferíamos llegar cuanto antes a nuestro destino. Pero pronto nos dimos cuenta de teníamos aventura para rato.
A poco más de un kilómetro del comienzo del asfalto nos encontramos el primer torrente crecido. El agua llega a mitad de rueda. La carretera desaparece por tramos, enterrada bajo varios centímetros de barro que en ocasiones son un par de palmos. En cada curva hay un pequeño barranco que el agua ha convertido en un obstáculo.
Llegamos a un torrente que pensamos infranqueable. Había varios vehículos parados, esperando a que alguien diera el primer paso. Un motorista se atrevió con él. Le llegaba el agua hasta encima de la rodilla. El tubo de escape sumergido dejó de echar humo y tuvieron que sacar la moto entre los dos tripulantes mientras la corriente tiraba de ella. El conductor que iba delante con otra furgoneta hizo un gesto de afirmación. Echó la furgoneta para atrás y aceleró decidido. Llegó al otro lado formando un gran surco entre las aguas. Después íbamos nosotros. ¿Sabéis el protocolo, no? bromeó Miguel. Si volcamos abrimos poco a poco las ventanillas, dejamos que se llene y…calla Miguel, no digas eso, no vamos a volcar, contesté nerviosa. Después de pasar éste llegó otro, y otro…hasta que encontramos un Jeep atascado con barro hasta los ejes. De aquí no pasamos, concluimos. El conductor decidió retroceder para llegar al pueblo mas cercano a escasos dos kilómetros de donde nos encontrábamos. Pero al llegar al torrente que acabábamos de pasar minutos antes vimos como la corriente había aumentado considerablemente: una ruidosa masa de agua marrón atravesaba la carretera llevando consigo barro y piedras. Estábamos aislados en el valle de Kaghan, no llevábamos nada que comer y la noche se presentaba larga e incomoda.
UN INVIERNO TARDÍO
Al llegar al glaciar de Charakusa nos dimos cuenta de que el invierno aquí se había alargado mucho. En la aproximación hasta el campo base, consistente en tres días de marcha hasta los 4300 m., encontramos nieve sobre el glaciar y la morrena. Tuvimos que palear bastante para montar nuestras tiendas y no fue fácil encontrar la mejor manera de llegar a la base de nuestra pared a través del glaciar. Las grietas estaban tapadas con la nieve justa como para que los puentes de nieve fueran frágiles y traicioneros.
Habíamos elegido el Pilar Suroeste de K7, también llamada Badal Wall, por su proximidad y la aparente calidad de la roca, aunque no da acceso a la cumbre principal. Nuestro objetivo, más que una cumbre, era una pared vertical en donde abrir una vía.
Una vez al pie del corredor que llevaba a la base de la pared decidimos la línea a seguir. Sigue un sistema de fisuras para enlazar dos cascadas de hielo. La primera cascada, vertical y de unos 50 metros, llegaba hasta una repisa desde la cual esperábamos poder atravesar a la izquierda para enlazar con la segunda parte de la vía que seguiría un corredor de hielo que nos llevaba hasta la arista cimera.
En unos pocos días de porteos y aclimatación empezamos a abrir los primeros metros de la pared. El corredor, que justo antes de pie de pared se inclinaba hasta los 70 grados, era una escupidera de rocas y hielo. En las horas centrales bajaban con frecuencia aludes de nieve sucia que formaban surcos dándole al corredor un aspecto desaliñado. Miguel empezó con el primer largo de cuerda. Después de unos 40 metros instalo la primera reunión. El frío era intenso, lo que nos hacia estar tranquilos respecto a las toneladas de hielo que teníamos por encima y pensábamos escalar mas adelante.
DE NUEVO AL BASE
Llego una borrasca que tiñó de blanco la pared y nos mantuvo en el campo base durante varios días. Cuando salió el sol de nuevo, tímido entre las abundantes nubes, regresamos al tajo. Pasamos un día entero porteando el material hasta el Campo 1. La temperatura había subido considerablemente y por el corredor bajaba un lento pero constante río de nieve sucia y húmeda que nos hizo apartarnos varias veces buscando la seguridad de la roca. Al llegar al Campo 1, donde teníamos instaladas dos tiendas, y mientras mirábamos la pared, un gran desprendimiento de toneladas de hielo procedente del corredor que teníamos pensado escalar barrió toda la pared, ametrallando la línea que tan clara habíamos visto unos días antes. Nos miramos los tres dando gracias de estar al otro lado del corredor, a salvo de los desprendimientos.
-Creo que vamos a tener que cambiar la línea- dije- sabiendo que estaba diciendo algo evidente que no hacía falta decir- ¡¡con lo bonita que se veía la cascada !!. A estas alturas el hielo había cambiado de color. Ya no estaba azul (lo que es un signo evidente de buena calidad). Era blanco como la nieve que cubría las repisas. La línea se había vuelto peligrosa e improbable.
Al día siguiente madrugamos todo lo que pudimos y subimos a quitar la cuerda que habíamos instalado. Buscamos el camino más evidente que nos llevaba a la parte derecha de la pared libre de carámbanos de hielo y desprendimientos. Durante nuestra travesía el goteo constante de piedras y hielo nos confirmaron que estábamos haciendo lo correcto y nos apresuramos a llegar a una gran repisa fuera de la línea de tiro, en donde instalaríamos el campo 2, a 4900 m.
Al día siguiente, y tras dormir en el Campo 1 subimos los petates y el material para dormir en el Campo 2 y seguir con la aclimatación. El tiempo era más o menos bueno, por lo que pensamos seguir hasta que el mal tiempo nos tirase para abajo. Pero la comida que teníamos, que habíamos conseguido subir en los numerosos porteos, apenas llegaba para estar 4 días, y ya habíamos pasado tres, por lo que pensamos en racionarla para poder seguir en caso de que siguiera el tiempo como hasta entonces.
Escalé un largo por encima de la gran repisa que me llevo varias horas debido a la cantidad de barro que cubría las fisuras. Esto unido al duro trabajo de subir los petates, la escasa aclimatación y el racionamiento de la comida me pasó factura hasta el punto de sentirme enferma. Afortunadamente una vez más llego el mal tiempo y descendimos hasta el campo base dejando 300 m. de cuerdas fijas. En los últimos metros escalados por Miguel encontramos material abandonado. Alguien había pasado por allí, aunque no sabíamos hasta donde. Daba igual, puesto que ahora no había tiempo de cambiar de línea otra vez.
-Que te ha pasado?- pregunto Karim preocupado cuando vio mi estado lamentable- Dios mío, te voy a preparar unas empanadas, ya veras como te recuperas en pocos días. Hacia muchos años que no estaba tan flaca, y los días siguientes los pasé comiendo, durmiendo y disfrutando el trato de favor que me daban mis compañeros Miguel y Rubén, también preocupados por mi delgadez.
Con todo el material en el Campo 2 solo teníamos que subir comida suficiente para pasar 6 o 7 días, que era lo que calculábamos que nos podía costar como mucho la pared. Ahora, además, gracias a nuestros vecinos americanos llegados hacia pocos días, sabíamos que la linea elegida ya estaba abierta por unos eslovenos que la escalaron dos años antes, por lo que teníamos una idea de las dificultades, aunque su reseña era muy poco precisa. Además las condiciones en las que estaba el muro eran bastante desfavorables, con mucha nieve en las repisas, barro y hielo a medio deshacer en las fisuras, por lo que debíamos llevar comida extra. Esta vez no podía haber racionamiento. Después de varios días de mal tiempo por fin estábamos preparados para lanzar un ataque.
Nos despertó Karim a las 4 sirviéndonos un desayuno consistente en unos huevos fritos con el jamón que habíamos traído de contrabando desde España y que era nuestra comida mas preciada. Aunque no es el desayuno más recomendable para ponerse a andar el disfrute hace mucho mas llevadero el madrugón y por lo tanto sube el ánimo para ponerse en marcha, lo que se traduce en rendimiento. Ésa era nuestra teoría, y el caso es que no nos funcionó mal. En unas horas estábamos en el Campo 2 preparados para comenzar con las mojadas fisura de la parte baja del muro, lo mas técnico y lento.
Miguel escaló el siguiente largo. Después siguió Rubén. El día terminó y sólo habíamos avanzado 60 metros más. Era desesperante tener que limpiar cada emplazamiento de barro y el trabajo mas parecía de jardinería que de big wall. Las plantas recién salidas con todo el esplendor de la primavera tapaban las fisuras y hacían imposible el avance fluido, ni pensar en escalada libre. Al día siguiente Rubén terminó su largo y yo empecé el mío. La temperatura había subido hasta el punto de que teníamos que escalar con una manga fina y las fisuras rezumaban tanta agua que en algún punto se podía llenar una botella de un litro y medio en menos de un minuto, aunque pensado que más arriba encontraríamos nieve y más agua no aprovechamos esta circunstancia. Otro día entero para sólo avanzar otros 60 metros. El tercer día terminé mi largo y por fin llegamos a la repisa donde teníamos pensado instalar el Campo 3. Estábamos a 5100 m. Mientras yo escalaba Rubén y Miguel habían intentado subir los petates y la hamaca desde el Campo 2, pero al ir a tirar…Un clavo de la reunión se salió y el otro se movió. No había manera de asegurar mejor la reunión sin agujerear la roca, así que decidimos subir las cosas en mochilas y dejar el petate tan ligero como para poderlo subir a pulso y no cargar peso sobre los anclajes. Las hamacas, y por tanto nuestra única protección en caso de mal tiempo, se quedaban en el campo 2.
Aplanamos la repisa como pudimos mientras Rubén fijaba un largo por encima de nosotros. El Vivac era bueno. Sólo tenia una pega: La escasez de nieve que fundir para poder beber. La poca que había estaba sucia y esto presentaba un problema para poder estar los dos días mas que necesitábamos para terminar la vía en las condiciones en las que la encontramos. Lo bueno era que con el calor del día la pared chorreaba agua en abundancia, lo que podíamos aprovechar para llenar las botellas. Estando tres, uno se podía quedar en el Campo 3 y llenar poco a poco las botellas mediante un cordino pegado con cinta americana a la pared que por capilaridad hiciera que el agua entrara directamente en las botellas. Les tocaba escalar a Rubén y Miguel, así que mientras fijaban cuerda por encima del vivac, estuve recogiendo pacientemente agua para el ataque del día siguiente.
EL ATAQUE
Nos despertamos a las 3. Los nervios nos mantuvieron en duermevela casi toda la noche. Era el día definitivo. El parte meteorológico no era bueno, anunciando nieve a partir de la medianoche del día siguiente, por lo que no teníamos margen. Si las condiciones eran malas no tendríamos una oportunidad de pasar una noche más, así que nos subimos sin sacos. Solamente una barritas energéticas y Powergeles. Empezamos a subir por las cuerdas de noche. Después de una travesía que marcaba el último largo fijo escaló Rubén otro tramo que resolvió rápido a pesar de lo húmeda que estaba la roca.
La fisura siguiente me tocaba a mí. En algunos tramos, el hielo que la ocupaba estaba medio desecho, lo que impedía poner ningún tipo de seguro, aunque permitía empotrar las manos. Me costó un buen rato llegar al final del largo de más de 50 metros. Seguimos dos largos más hasta que encontramos demasiada nieve en las repisas y sobre todo demasiadas repisas, lo que hacia que por la pared corriesen cascadas de agua sobre la roca y bajo una nieve blanda e inestable.
Hasta aquí hemos llegado, dijo Rubén. ¡De aquí no pasamos! No podemos esperar a la noche, y de todas formas la anterior había sido cálida. Estamos a 5400 m. Nos quedan 100 para llegar al final de la vía, -que no la cumbre- unos 5 largos tumbados y fáciles, pero convertidos en infranqueables por este invierno tardío al que de repente le ha dado por marcharse. Tras 1200 m. de pared nos rendimos ante la evidencia y comenzamos a montar el primero de los 8 rápeles que nos separan del Campo 3. La vista hacia nuestro alrededor y hacia a bajo es impresionante. La reunión consiste en un trozo de cuerda que traemos para abandonar para tal fin sobre un pitón de granito grande y algo redondo. Colgados sobre un enorme vacío nos sentimos con prisa por llegar a la reunión de abajo, más amplia y confortable. Seguimos con los rápeles, uno tras otro, hasta llegar al campo 3 a última hora, cansados pero satisfechos, con ganas de dejar esta pared que tantos obstáculos nos ha puesto. Cenamos y recogemos un poco el material para seguir con los rápeles al día siguiente, al amanecer.
LA NOCHE NOS CONFUNDE
A las 12 de la noche empieza a nevar. Miguel, como si tuviera un resorte, se levanta, sobresaltado. De repente estamos los tres recogiendo nuestros sacos y apresurándonos para bajar de aquí. No tenemos nada para proteger nuestros sacos de la nieve, de modo que tardarán poco en mojarse. En menos de media hora estamos listos para marcharnos. Por la noche todo se vuelve mas tenso, y no faltan los juramentos, como menos, entre dientes.
Justo antes del campo 2, al recuperar la cuerda ¡mierdaaaa...se ha enganchado!! grito a Miguel y Rubén, 40 metros mas abajo ¿Donde? ¡No puede ser! ¡No hay fisuras por aquí! Tiro a derecha e izquierda, hacia atrás…¡Nada! ¡Está enganchada! Voy para abajo y pensamos que hacer. Utilizo la cuerda por la que han bajado mis compañeros y llego a la repisa. Es de noche y no vemos donde se ha trabado. Tendremos que esperar a la luz para poder decidir como recuperarla. Aprovechamos para comer un poco mientras agradecemos, en parte, este momento de relax entre tanta actividad. A las 5, cuando amanece, Miguel se ofrece a subir a ver y descubre con asombro que el nudo de la cuerda esta solo apoyado sobre una balma inclinada. Con unas pocas sacudidas suaves, pero amplias ¡recupera sin problemas la cuerda! Me sentí un poco tonta, porque no me ocurrió en el momento probar mas sutilmente en vez de tirar como una burra.
Recogimos las cuerdas y rapelamos hasta llegar al corredor. Estábamos arrastrando todo el material y nos movíamos con torpeza por el cansancio. Desmontamos el Campo 1, en el que teníamos dos tiendas y nos preparamos para bajar los petates con las cuerdas que teníamos unidas para no tener que llevarlos a las espaldas, lo que nos costaría varios porteos. Los petates se deslizaron rápidamente por el corredor frenados a veces por Rubén, otras veces guiados por Miguel y yo que intentábamos permanecer junto a ellos. Los dejamos juntos y las cuerdas desplegadas para que se secasen y nos fuimos hacia el campo base. El tiempo empeoraba por momentos.
Karim y Hussein, nuestro guía y cocinero nos recibieron con un vaso de tang y unas galletas. Eran las 12 de la mañana y habíamos llegado aquí después de 6 días, 1200 m. de vía, 20 rápeles y dos noches de dormir muy poco. Nuestras caras lo dicen todo: contentos y cansados, porque realmente es la lucha lo que da la satisfacción que enriquece el alma. Escalamos la pared sin cima, pero esa misma tarde Rubén vuelve a insistir sobre subir al Naisa Braak, la perfecta aguja piramidal que se encuentra cerca del campo base. Con 5200 m. de altitud es la cumbre más característica del valle de Charakusa. Será nuestra cima para rematar esta expedición. Escalada facil, poco material y cerca del base. La combinación perfecta para el último día en este lugar.
Todavía cansada avanzo poco a poco en el corredor de 700 m. de nieve que lleva al collado en donde nace la arista. Allí cambiamos los crampones por los pies de gato y comenzamos la escalada en roca. Esta húmeda y sobre las repisillas hay en ocasiones algo de nieve. A pesar de ser fácil, la dificultad para asegurar la escalada y la roca dudosa la convierte en un reto interesante. La arista final, fácil, afilada y sobre una roca perfecta es apoteósica. Llegamos a la cima 9 horas después de haber salido del campo base. De nuevo nuestros compañeros de base nos reciben con tang. La bajada ha sido larga debido al mal estado de la nieve en el corredor y llegamos pasadas las 8 de la tarde. Solo nos queda recoger y volver al mundo real. Tras 35 días en el campo base estamos ansiosos por comer algo diferente a pasta y arroz, tomar una ducha caliente durante media hora, tomar una cerveza y esos pequeños placeres que tan discretamente nos alegran la vida cotidiana. Tras dos días de camino llegamos a Hushe. Solo estaremos allí un par de horas para después, tras 6 horas de Jeep llegar a Skardu, el primer pueblo con electricidad y línea de teléfono. Al día siguiente nos vemos obligados a salir hacia Islamabad, ya que solo tengo un día de margen para estar en Islamabad, tiempo suficiente para hacer los papeleos antes de volar hacia Madrid.
Pero a partir de Chilas las cosas se complican. Las peores inundaciones en los últimos 80 años nos pillan en la carretera y acabamos incomunicados en el valle de Kaghan, comiendo gracias a la caridad de unos lugareños y teniendo que abandonar nuestra furgoneta. Tuvimos que mover 300 kilos de equipaje, unas veces solos, otras con la ayuda de locales, a través de torrentes crecidos, una tirolina, un tronco atravesado sobre un río espantosamente crecido y cambiando 4 veces de vehiculo en 80 Kilometros. Finalmente perdí el avión y unos cuantos kilos y gané una gran aventura con dos grandes personas y un gripazo asiático que me traje como recuerdo. Así que fueron tres. Tres aventuras y un único y mágico lugar, en donde la fuerza de la naturaleza se manifiesta de manera salvaje y a veces cruel: Mi querido Karakorum.