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Josten På Langs. En packraft y esquís a través del mayor glaciar de Europa

José Mijares y Juan Diego Amador realizan una travesía en packraft y esquís al Jostedalsbreen, el mayor glaciar de Europa, en Noruega, y sus fiordos circundantes.

Saliendo del glaciar hacia el fiordo. Foto: Col. José Mijares
Saliendo del glaciar hacia el fiordo. Foto: Col. José Mijares
Una vez más, reportamos una de las preciosas travesías que nuestro viejo amigo José Mijares realiza por las tierras del norte, de nuevo en Noruega. En este caso, acompañado en parte por Juan Diego Amador, recorre en packraft algunos fiordos hasta llegar a Jostedalsbreen, el mayor glaciar de Europa y, tras cruzarlo con las tablas, retoma el packraft para, a través de más fiordos, llegar a un final lógico para la ruta.
Fiordo Geiranger con el packraft. Foto: Col. José Mijares
Fiordo Geiranger con el packraft. Foto: Col. José Mijares
Os dejamos con una actividad cerca de su casa -como bien sabéis la mayoría José, desde hace mucho, reside buena parte del año en Cabo Norte-, una actividad de nomadeo y slow mountain, sin grandes ambiciones ni metas pero, o quizás por eso mismo, inolvidable.

Aunque es probable que ya sepáis de qué se trata, hacemos una pequeña presentación de lo que es un packraft: un bote hinchable de muy alta resistencia, ligereza y navegabilidad que, en zonas de wilderness como el ártico, permite una autonomía y posibilidades infinitas. Cuando vamos por tierra o nieve, lo plegamos y lo llevamos en la mochila; cuando llegamos a la parte acuática del mundo, lo hinchamos y navegamos con él como con un kayak, pudiendo internarnos incluso en rápidos fáciles o de dificultad media. Todo ello con un espacio y peso de transporte muy contenido.

En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares

Jostedalsbreen. El mayor glaciar del continente europeo

Al sur de Noruega se encuentra el glaciar más grande del continente europeo. Una masa helada de casi 500 km2 llamada Jostedalsbreen cuyos brazos helados son reclamo turístico para los miles de viajeros que cada verano recorren Noruega. Estoy seguro que Briksdal o Nigardsbreen son de sobra conocidos por nuestros lectores.

En la misma región se encuentran los dos únicos fiordos patrimonio de la humanidad de Noruega: Geiranger y Næroy, cuyos barcos de linea permiten conocer, desde dentro, uno de los paisajes más majestuosos del mundo. Es difícil encontrar una región más bonita en toda Europa. En verano no cabe un alma. Es desde sus estrechas y vertiginosas carreteras uno se enamora para siempre y sin remedio de Noruega.

En Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
En Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
Fue en los fiordos donde nació el turismo en Noruega hace mas de un siglo, cuando viajar estaba sólo al alcance de una elite adinerada y ociosa. Allí siguen custodiando el paisaje los hoteles históricos a orillas de los fiordos, las pocas iglesias vikingas que aún resisten el paso del tiempo y los cientos de coloridas granjas que jalonan el paisaje.

Preparando la travesía: una línea lógica, el momento adecuado

Llevaba ya varios años con ganas de realizar una travesía por esa región, y así salir un poco de Laponia, mi hogar. Como soy de la opinión de que a estas alturas del partido es mejor no posponer mucho los planes, le pregunté a mi amigo Juan Diego Amador sí quería acompañarme.
Juan Diego Amador y José Mijares. Foto: Col. José Mijares
Juan Diego Amador y José Mijares. Foto: Col. José Mijares
Mi idea era cruzar longitudinalmente el glaciar Jostedalsbreen de norte a sur dando inicio a la travesía mucho más lejos: empezar recorriendo a remo el fiordo de Geiranger, acampar en una deshabitada granja histórica a mitad de fiordo y continuar remando y esquiando hasta el glaciar. Una vez llegados al hielo cambiaríamos el Packraft por los esquíes para cruzar el glaciar, y desde el final del glaciar Juan Diego se volvería a casa y yo continuaría remando 100 km más de fiordos hasta llegar a Gudvangen.
Noche tormentosa en el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
Noche tormentosa en el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
Sobre el mapa la linea no podía ser ni más elegante ni más lógica. Sólo había que elegir la fecha adecuada y contar con algo de suerte. Yo quería remar Geiranger sin que la sombra alargada de los cruceros me tapara el paisaje. Y acampar alto, en la granja de Skagefla, sin más visitantes que las águilas. Mientras preparaba el viaje me percaté que a finales de abril la web del puerto de Geiranger mostraba una semana libre de cruceros. Una semana más tarde, atestado de barcos, el mismo escenario parecería un parque temático de naturaleza.
En el plateau del glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el plateau del glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
Para cruzar el glaciar la mejor fecha coincide con la fiesta nacional: 17 de mayo. Así que sí entrábamos antes de esa fecha y lo hacíamos por la ruta original, la de 1798, y no por la entrada que se ha puesto de moda esta ultima década, quizás podríamos recorrer el glaciar en soledad. En eso también acertamos; no encontramos un alma en el hielo, pero el clima no fue tan generoso con nosotros y nos dio fuerte en la planicie helada. Para la ultima parte de la travesía por los fiordos de Fjaerland, Sogne y Naeroy, seguiría yo sólo.
Mal tiempo en Aurland fjord. Foto: Col. José Mijares
Mal tiempo en Aurland fjord. Foto: Col. José Mijares
Saliendo del glaciar, al fondo el fiordo de Fjarland. Foto: Col. José Mijares
Saliendo del glacia, al fondo el fiordo de Fjarland. Foto: Col. José Mijares

El viaje

En abril del año 2022 yo todavía seguía en España cuando lo normal es que llevara varios meses en Noruega. Por razones que no vienen al caso me había zafado del invierno Noruego y seguía en Zaragoza disfrutando de la comida y el sol como un guiri. Y cuando regresé a Noruega descubrí que me había contagiado de COVID y a punto estuvo la travesía de irse a pique.

En pésimas condiciones, tiritando de fiebre, llegué a Alesund, con más ganas de meterme en cama con vaso de leche y manta que de salir de viaje a ninguna parte. Pasé una mala noche de tos y fiebre y al día siguiente, como no podía ser de otra manera, salimos de Alesund en bus y ferry rumbo a Geiranger, como si la enfermedad no fuera conmigo. Esquivando otra vez la insobornable realidad.

En Geiranger, junto al puerto de cruceros, organizamos nuestras mochilas y packrafts. Los parroquianos, que a esas horas apuraban perezosamente al sol sus pintas de cerveza, nos observaban curiosos desde una terraza cercana, mirando cómo quien se asoma a una obra, pero sin gritarnos dónde poner los ladrillos.

Saliendo de Geiranger. Foto: Col. José Mijares
Saliendo de Geiranger. Foto: Col. José Mijares

A través del fiordo. La granja de Skagefla

A dos horas remando desde Geiranger, y a 300 metros de desnivel sobre el mar, se encuentra la deshabitada granja de Skagefla, donde quería dormir mirando al fiordo frente a la famosa catarata de las siete hermanas que tantas veces había visto desde el barco cuando trabajaba como guía en Noruega. Había leído que desde la orilla del mar arranca una senda por la ladera del fiordo que a tramos parece más una vía ferrata que un camino, y que arriba en la granja había una magnifica explanada para colocar la tienda.
Fiordo Gerianger. Foto: Col. José Mijares
Fiordo Gerianger. Foto: Col. José Mijares
Dejamos a la orilla del mar todo el equipo y caminamos con lo justo hasta la granja. Skagefla está situada en un lugar privilegiado y por suerte también la teníamos para nosotros solos.
En el fjord de fjaerland. Foto: Col. José Mijares
En el fjord de fjaerland. Foto: Col. José Mijares
Juan Diego echó a volar el dron desde la granja en una de esas raras y soleadas tardes en calma que regalan cada tanto los fiordos y el dron fue trayéndonos imágenes preciosas hasta la granja, como si hubiéramos ido hasta allí sólo para cosechar toda la belleza que había de alimentarnos el resto del año.
Fiordo de Gerianger desde la Granja. Foto: Col. José Mijares
Fiordo de Gerianger desde la Granja. Foto: Col. José Mijares
Dormí bien esa primera noche a pesar de mi Covid y, al día siguiente, feliz, regresamos al mar para remar con un sol radiante lo que nos quedaba del fiordo.

Llegamos al final del fiordo, a Hellesylt, disfrutando de las vistas un feriado uno de mayo y, como era previsible, acabamos en la hamburguesería de un Pakistaní, el único que no había cogido vacaciones de todo el pueblo. Allí paramos a comer, cargar baterías y esperar al taxi que debía llevarnos hasta el final de una carretera que no íbamos a caminar con más de 30 kilos a la espalda. No tenia ningún sentido.

Lo que no sabía es que el taxi tenía que venir desde Stranda. Contaba que Hellesylt tuviera taxi, pero me equivoqué. El taxi iba a saltarnos ese asfalto desde el final del fiordo hasta donde empieza una pista de tierra que zigzaguea hasta los 500 metros de altura entre lagos y bosques para bajar después al gran lago de Oppstrynvannet.

Lago de Oppstryn. Despues del fiordo de geiranger y antes del glaciar. Foto: Col. José Mijares
Lago de Oppstryn. Despues del fiordo de geiranger y antes del glaciar. Foto: Col. José Mijares
El taxi costó 120 euros y una vez nos dejó al final del asfalto, cargamos las mochilas con la esperanza de encontrar nieve rápido, hinchar el Packraft y arrastrarlo con parte del equipo a modo de trineo. De esa manera la mochila pasaba de ser insoportablemente pesada a pesada a secas.

En el lago Oppstryvannet

Caminamos hasta que anocheció y allí montamos junto al bosque la tienda. Bueno, en realidad la tienda la monté yo sólo, pues en ese deambular distraídos en busca del lago Juan Diego y yo dejamos de vernos, y cómo no había cobertura ni manera de contactar entre nosotros, ni a gritos, acabamos cada uno buscando el lago por caminos separados. Intuía que Juan Diego venia por detrás y por fuerza se toparía con la tienda a orillas del camino mientras bajaba al lago. Pero pasaban las horas y allí no aparecía Juan Diego. Como no llovía, no nevaba y habíamos pasado por una zona de cabañas, imaginé que se las apañaría para una noche de fortuna.
En el lago Oppstryvannet. Foto: Col. José Mijares
En el lago Oppstryvannet. Foto: Col. José Mijares
No me equivoqué. Al día siguiente, temprano por la mañana, vi cómo le iban llegado mis mensajes mientras de bajada le alcanzaba la cobertura. En seguida nos encontramos y nos echamos a reír por la inesperada aventura que se saldó sin más percance que un pinchazo en su colchoneta.

Cuando llegamos al lago Oppstryvannet estaba azotado por el viento. Nos encontramos olas de casi un metro y un traicionero viento de espalda que nos llevaba de malas maneras. Al final del lago, enmarcado entre montañas, se encuentra el diminuto pueblo de Erdal, donde sabia de un camping abierto en esas fechas. Allí pusimos la tienda, usamos la cocina y las precarias instalaciones del camping. Al atardecer el viento cayó por completo y el lago volvió a tener el aspecto manso que yo recordaba. Desde el camping a orillas del lago teníamos previsto caminar al día siguiente hasta la cabaña de Vetledalseter. Queríamos aprovechar el día, llegar a la cabaña, dejar parte del equipo y hacer un porteo con el resto hasta la base del glaciar para volver a dormir en la cabaña. Iba a ser un día muy largo que empezaba con cielo gris, viento y agua nieve. Y unas mochilas gigantes. Yo todavía daba positivo en Covid y me encontraba cansado y con tos.

Cargados como mulas hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares
Cargados como mulas hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares

Entrando al glaciar Jostedalsbreen. La ruta original de1798

La cabaña de Vetledalseter es acogedora y también estaba vacía. En los últimos años los grupos que cruzan el glaciar prefieren entrar por el este, ya que su acceso desde Songdal es mas sencillo y evitan un lengua glaciar complicada. Yo quería entrar por la ruta original, la que hizo en solitario el maestro de escuela Ola Bøyasba en 1798, quien con la excusa de ir a ver a unos parientes al sur del glaciar, se cruzó el Jostedalsbreen dos veces. Una para ir y otra para volver. O quería mucho a sus parientes o le debían dinero o era un tipo con ganas de ver mundo y los parientes una excusa.
Camino de la cabaña antes del glaciar. Foto: Col. José Mijares
Camino de la cabaña antes del glaciar. Foto: Col. José Mijares
Sea como sea, lo cierto es que, en 1798, el bueno de Ola se metió dos cruces seguidos con los medios de la época, y tuvieron que pasar más de 100 años para que alguien siguiera sus pasos.

Por más que he preguntado nadie ha sabido darme mas información de Ola Bøyasba. Y es una pena, porque su historia es increíble.

De camino hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares
De camino hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares
De camino hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares
De camino hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares
De camino hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares
De camino hacia el glaciar. Foto: Col. José Mijares

Algunos datos sobre el glaciar Jostedalsbreen

Sobre el glaciar Jostedalsbreen, el error más común es creer que es un superviviente de la ultima edad glaciar del cuaternario y eso no es verdad. Lo cierto es que la zona experimentó un periodo cálido hace 7.000 años que derritió el glaciar por completo, y el hielo que hoy conocemos como el más grande del continente europeo se volvió a formar desde cero y tiene apenas 2.000 años.
En el plateau del glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el plateau del glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
El Jostedalsbreen tiene 100 km de largo, 15 km de ancho y un espesor máximo de 600 metros con montañas dentro del hielo que superan los 2.000 metros. El glaciar es de los llamados templados, lo que significa que el agua fluye por debajo y hace que se mueva. En el siglo XVIII, durante la pequeña edad de hielo, creció hasta el punto de arrasar varias granjas cercanas, pero en 1745 comenzó a retroceder nuevamente. Hasta 1960 el glaciar se contrajo y en el periodo de 1988 a 1995 volvió a crecer. Sin embargo desde el año 2000 ha disminuido debido a la poca precipitación invernal y a los veranos calurosos.
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En otra época, el glaciar fue también vía de paso entre valles opuestos. Por el glaciar iban los parroquianos cada domingo hasta la iglesia de Oppstryn y por el glaciar llevaban su ganado. Hasta procesiones nupciales han marchado por el hielo para los casamientos. Todavía en el año 1920 el glaciar se seguía cruzando con ovejas de un valle a otro.

Más tarde, en 1991, se inaugura el parque nacional Jostedalsbreen con una superficie de 1310 km² y se empieza a regular. Desde entonces se ha convertido en el patio de recreo de esquiadores y escaladores que por miles se aventuran a disfrutarlo -noruegos, en su mayor parte-. por miles se han aventurado a disfrutarlo.

En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares

Guía Práctica

Me voy a permitir cambiar el tono de la narración para explicar, a modo de guía, cómo has de hacer si quieres cruzar este glaciar. En realidad, estos reportajes se hacen para crear ilusión y alimentar sueños; si alguien, al leerlo, siente que ha encontrado su próxima aventura, ya seríamos felices. Estos datos les ayudarán a llevarla a cabo.
Campo en el plateau. Foto: Col. José Mijares
Campo en el plateau. Foto: Col. José Mijares
Campo en el plateau. Foto: Col. José Mijares
Campo en el plateau. Foto: Col. José Mijares
Desde la cabaña Vetledalseter, a 525 metros sobre el nivel del mar, siguiendo el mapa llegarás sin problemas a Erdalbreen, que es la lengua glaciar de entrada a Jostedalsbreen por el oeste. La original, la del maestro aventurero de 1798.

El Erdalbreen tiene un pequeño lago congelado al frente que se puede cruzar esquiando sin problemas en mayo. Mirando de frente al glaciar verás una montaña picuda dominando el paisaje: hay que subir por el lado de la derecha. Se sube muy bien, parece empinado desde lejos, pero es sólo una cuestión de perspectiva.

Superada esta primera rampa has de esquiar un tramo corto por una planicie y bajar nuevamente por terreno fracturado hasta colocarte en la base del glaciar Småttene. Allí abajo hay una piedra enorme y solitaria que no pasa desapercibida. Uno de esos bloques erráticos característicos de los glaciares. Allí acampamos nosotros.

Småttene es la cruz de la travesía. Es un glaciar agrietado lleno de seracs y una pared de roca en el lado derecho por donde caen avalanchas. Subimos esquiando sin usar la cuerda, ni el piolet, ni los crampones. Pero no se me ocurriría ir por allí sin material de glaciar y un compañero solvente. Si no se dan las condiciones en el glaciar Småttene la vía de escape es bajar por el glaciar Lodalsbreen o regresar por tus pasos.

En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
La mejor ruta posible dentro del glaciar la tienes descrita en www.ut.no Te la puedes descargar. El glaciar no es llano, vas a pasar muchos kilómetros subiendo y bajando lomas. Nosotros tuvimos mal tiempo pero mayo suele ser la época buena. Arriba en la llanura no vimos grietas, ni tuvimos que usar la cuerda.
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
En el glaciar Jostedalsbreen. Foto: Col. José Mijares
Para salir del glaciar seguimos hasta la lengua de Supphellebreen y continuamos por Flatbreen hasta la cabaña de Flattbrehytta al final del glaciar. Anota bien el punto de GPS de la cabaña porque te puedes liar y no verla aunque estés a 100 metros de ella. La cabaña que menciono está abierta y es privada. No encontramos a nadie. Dentro había leña y unas literas, nosotros dormimos en la zona de la estufa. Desde allí mismo le envié un mensaje al dueño de la cabaña para decirle qué queríamos pagar pero nunca contestó. Desde la cabaña tienes buena cobertura de internet y si tienes suerte con el clima el atardecer es inolvidable.
Juan Diego descendiendo del glaciar hacia el mar, zona de avalanchas. Foto: Col. José Mijares
Juan Diego descendiendo del glaciar hacia el mar, zona de avalanchas. Foto: Col. José Mijares
Cruzar el glaciar nos llevó 4 días acompañados de un tiempo ventoso y escasa visibilidad, que mejoró a medida que nos acercábamos al final del hielo, disfrutando de unas vistas el ultimo día que daban ganas de volver a esquiar lo esquiado. La noche en la cabaña con el cielo cuajado de estrellas y las luces tintineando abajo en el diminuto pueblo de Fjaerland a orillas del fiordo fue un final a la altura.
Cabaña sobre el fiordo de Fjaerland. Foto: Col. José Mijares
Cabaña sobre el fiordo de Fjaerland. Foto: Col. José Mijares

Saliendo del glaciar

Desde la cabaña bajamos hacia el fiordo por la ladera derecha siguiendo restos de viejas avalanchas. Al final de la bajada llegas a un bosque enmarañado y finalmente a la pequeña carretera y a un parking. Una carretera minúscula lleva al fiordo. Allí mismo hay un pequeño río que, sobre el mapa, mientras planeaba el viaje, pensé podríamos recorrer hasta el mar, pero realmente no merecía la pena.
Juan Diego al final del glaciar con el fiordo de fjerland al fondo. Foto: Col. José Mijares
Juan Diego al final del glaciar con el fiordo de fjerland al fondo. Foto: Col. José Mijares
Pasó un tractor y le pregunté si nos llevaría hasta el museo glaciar, en dónde se encuentran la parada de bus que Juan Diego necesitaba coger para llegar a Bergen y el camping donde yo pensaba hacer noche.

El Camping está muy bien, tiene buenas cabañas equipadas y la señora que lo atendía es muy amable. En esa zona no hay supermercado así que si quieres comer o comprar algo en el supermercado tienes que ir hasta Fjaerland a 3 kilómetros. La señora del camping alquila bicis y cómo yo sólo necesitaba ir a Fjaerland a cenar y hacer compras al día siguiente, me la alquiló por 2 horas para usarla cuando quisiera.

En Fjaerland hay un hotel histórico a la orilla del fiordo y allí cené. La cuenta también fue histórica, pero cené muy bien y muy a gusto. Al día siguiente volví con la bici a Fjaerland para ir al supermercado a comprar víveres para el resto del viaje y enviar por correo a casa todo el material que no necesitaba: casi 7 kilos y mucho volumen.

Hotel Historico Fjaerland. Foto: Col. José Mijares
Hotel Historico Fjaerland. Foto: Col. José Mijares

En el fiordo. De nuevo con el packraft

Mi viaje aun no había terminado, me quedaba llegar remando hasta Gudavangen. Por delante tenia más de 100 kilómetros de remo a través de los fiordos de Fjaerland, Sogne, Aurland y Naeroy.

El día que salí del camping de Fjaerland había un sol radiante, hacía calor y no se veía una nube en el cielo. Ese día llegué hasta Hella, que es un puerto con ferry para cruzar el fiordo de Sogne a lo ancho. En Hella hay una habitación de espera en el puerto con WC y un lugar bajo techo donde se podría dormir con el saco, aunque yo preferí poner la tienda de campaña fuera en un área con mesas y bancos. Esa noche diluviaba.

Cascada en el Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
Cascada en el Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
El cruce a lo ancho del Sognefjord, de unos 4 kilómetros lo hice montado en el ferry (gratis) hasta Vangnes. Cuando llegué a Vangnes llovía como si se hubieran dejado un grifo abierto y no dejó de caer agua ni un minuto en todo el día hasta que llegué a Fresvik, un pequeño pueblo que no tiene ni camping, ni hotel y donde nada más desembarcar, en una playa de canto rodado, vi un cartel que decía: “No Camping” Con todo el agua que llevaba encima aquello era otro jarro de agua fría.
Foto: Col. José Mijares
Foto: Col. José Mijares
No parecía fácil acampar en Fresvik, pero a la derecha del pueblo, junto a la carretera, un edifico de dos plantas azul aparecía señalado en mi mapa como hotel. Me acerqué hasta allí convencido de que ese supuesto hotel seria cualquier cosa menos un alojamiento y me recibió un polaco que parecía de Cádiz para decirme, con cierta guasa, que efectivamente aquello no era un hotel, que era una casa para trabajadores de temporada. Aquello parecía enorme y el polaco me dijo que allí sólo estaban él y un colega. Le pedí alojamiento, previo pago de su importe, y me pidió que esperara, que iba a hablar con su jefe. Al rato salió para decirme que por 300 coronas tenia cama, ducha y cocina.

Si habló con su jefe o no eso me da igual,pero lo cierto es que el polaco me salvó porque había llegado calado de arriba a abajo y en Fresvik hubiera sido capaz de dormir en un cuarto de escobas.

Fresvik donde me dieron cuartel los polacos. Foto: Col. José Mijares
Fresvik donde me dieron cuartel los polacos. Foto: Col. José Mijares
De Fresvik salí rumbo al Aurlandfjord y Naeroyfjord con idea de llegar a Dyrdal, una aldea grande (40 casas) con buena zona de acampada. Aldea donde tampoco vi a nadie, por cierto. De hecho la aldea está en un alto y parecía desierta desde la orilla. Acampé en un prado junto al mar con vistas a las verticales paredes tapizadas de verde desde donde brotaban cascadas por todas partes a causa de las ultimas lluvias. Subí un video con la música de “La Mision” en mis redes y si hubiera dicho que estaba en las cataratas de Iguazú, estoy seguro que alguno habría visto jesuitas e indios con flechas.

Al día siguiente ya sólo tenia que llegar hasta Gudvangen, distante apenas 10 kilómetros. Se levantó un viento feo mientras recogía la tienda y en el fiordo no era capaz de avanzar ni un metro. Era como intentar atravesar una pared de hormigón. Fui pegado a la orilla derecha junto a unos acantilados buscando despistar al viento sin conseguirlo y decidí cambiar de orilla hasta una aldea que tiene un amarre de barco (Styvi) Salí del packraft a esperar que amainase el viento y por azar descubrí lo que en el mapa parecía un sendero hasta Bakka. ¡Suerte!

Sendero de leyenda en Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
Sendero de leyenda en Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
Sendero de leyenda en Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares
Sendero de leyenda en Naeroyfjord. Foto: Col. José Mijares

A través de una leyenda de trolls. Abrupta vuelta a la realidad.

El inesperado camino era precioso y me permitió avanzar por un paisaje de cuento de trolls. Desde la senda se ven bonitas zonas de acampada preparadas y frente a Bakka se acaba el sendero. Volví a hinchar el Packraft y seguí remando hasta Gudvangen, donde me recibió el anticlímax en forma de turistas alemanes de calcetín y chancleta corriendo en masa para montarse en el barco de linea. Con las expectativas que yo tenía.

Recordé el Gudvangen que conocí un lejano mayo de 1997 y, acompañado con mis recuerdos, me fui hasta la parada del bus a esperar el que me llevara a Bergen.

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