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Video: Spitzbergen Sur: 250km y 14 días entre la soledad y los osos polares para José Mijares y Lonchas

06 de Julio de 2013  |  Comentarios (2)
Llega el video de la última travesía por el ártico de José Mijares y su inseparable perro Lonchas. En esta ocasión ,por el Parque Nacional de Spitzbergen Sur.
Llega el video de la última travesía por el ártico de José Mijares y su inseparable perro Lonchas. En esta ocasión ,por el Parque Nacional de Spitzbergen Sur.



SPITZBERGEN SUR
Por José Mijares
www.articoicebar.com

Era mi cuarto viaje a Svalbard, y esta vez tenía muchas ganas de adentrarme en el gran Parque Nacional del sur. Se llama Parque Nacional Spitzbergen Sur. No se han matado mucho con el nombre, ¿no?.

Los noruegos son gente práctica.

El clima en el sur es más inestable y los glaciares están muchísimo más rotos. Además de estar todo literalmente petado de osos polares. La protección es alta, no está permitido acceder con moto-nieves, ni siquiera a los residentes. Así que la soledad está garantizada.

Lo más seguro es hacerlo por encima del mar helado siguiendo la costa este. Un mar que se congela unos meses al año y crea esa hermosa locura de bloques, caos y crestas de presión que son las banquisas árticas.

Ni que decir tiene que mi compañero en este viaje seria Lonchas, mi malamute de 4 años.


José Mijares

Cualquiera que haya viajado con perro sabe que hacen más y mejor compañía que muchos humanos, y además, en este caso, con tanto oso polar, Lonchas era una pieza imprescindible: avisaría ladrando si viera llegar algún peludo grandote hasta el campamento. Y cubriría mi retaguardia mientras caminábamos.

Viajar con Lonchas hasta Svalbard fue como trasladar mastodonte del Museo de Ciencias Naturales hasta el fin del mundo. Menos mal que Gloria se vino conmigo hasta Longyearbyen y entre los 2 pudimos facturar los 60 kilos de lonchas con caja, más los otros 60 kilos de equipo para la travesía.

La estancia en Longyearbyen es complicada, no hay ningún hotel que admita perros. Para viajar de manera independiente por Svalbard hay que solicitar un permiso. Gratuito, pero laborioso y con mucho papeleo. Además, como es un territorio con rabia, llevar un perro complica más el asunto.

Por eso al llegar a Longyearbyen hay que hacer visita obligada a la oficina del gobernador. Después toca comprar las ultimas cosillas y, en mi caso, alquilar un rifle y comprar la munición para mi revólver de bengalas, explosivos para mi cerca anti-osos, gasolina para la cocina y cosas parecidas.

Pero antes de montarme en el avión un 8 de abril con Gloria y Lonchas hubo unos meses de indecisión e incertidumbre. En enero me fui a hacer la travesía del Padjelanta en la Laponia Sueca con Lonchas. 11 días solos currándonos una travesía dura. Creo que en Laponia nunca había estado tantos días sin ver un alma humana. En febrero fuimos al Lemenjokki en Finlandia. Ambos viajes eran algo así como un entrenamiento, viajes pendientes por Laponia. Puro divertimento.

¿Debería o no ir solo a Spitzbergen? Eso me preguntaba a menudo. Unas veces pensaba que sí, pero la mayoría pensaba que ni de coña, que era una locura. Muchas noches me levantaba y analizaba “científicamente” la cuestión, y la verdad es que acababa hecho un lío.

Pero a principios de marzo saqué los billetes y me dije: ya no hay marcha atrás, vayamos y veamos.

Quería empezar mi viaje a la entrada del Parque Nacional Sur, un lugar en la costa llamado Ljosodden, 170 km al sur de Longyearbyen. Iniciar a lo grande en un lugar remoto.

Para llegar hasta allí, tuve que organizar un transporte para Lonchas y para mí.

Tres motonieves, dos de ellas con carritos y una que va de avanzadilla tanteando el terreno.

Después de 4 horas de viaje desde Longyearbyen, llegamos a Ljosodden. Día perfecto. Sol, ni una brizna de viento, -20ºC.

Precioso.

Era el 10 de abril y aun no hay sol de medianoche en el paralelo 77, pero si 20 horas de sol y ausencia de noche. Y como hacia un día tan bonito, los que me dejaron allí y yo nos pusimos a comer tranquilamente unos sobres liofilizados, unos cafés, galletas.

Después se fueron y me quedé viendo tres motos que se alejaban por el mar congelado, hasta que se perdieronen el horizonte y desaparecieron de mi vista.

Lonchas y yo. Solos. Dos pulkas ligeras con equipo para 20 días en un lugar de sobrecogedora belleza.

De repente sentí que había hecho bien, que era un acierto estar allí e intentar ese viaje.

Durante la marcha yo iba abriendo huella con mi pulka y mochila y Lonchas me seguia con su propia pulka unos metros detrás. De vez en cuando, una buena mirada a los alrededores, una mirada a Lonchas, a sus ojos tan expresivos, y a disfrutar del entorno. Maravilloso, único.

La banquisa no es como un lago en Laponia. Las mareas crean crestas de presión y dejan un relieve complicado; es plano, eso si. Pero no fácil. Especialmente debido a lo poco que le gustan las grietas a Lonchas.

Mi intención era ir todo lo posible en dirección sur. Pero mi prioridad era disfrutar y sobre todo llegar de regreso por mis medios hasta Longyearbyen. Tenía 20 días para ello, ni un día más.

Los tres primeros días el piso era firme, la nieve a veces un poco blanda y sobre todo había muchísimo hielo. Debajo de ese inestable zócalo de nieve, un montón de trozos de hielo en donde se le iban metiendo a Lonchas las patas y se cortaba, mucho más y más rápido que en ningún terreno que ambos habíamos transitado.

Pero Lonchas nunca se queja, así que soy yo el que debe evaluar lo que puede estar sufriendo. Él me seguiría hasta dejar la vida, lo sé. Esta certeza me asusta.

Este año éramos cuatro expediciones las que íbamos a pasar, o ya habían pasado, por la zona sur. Ya en la oficina del gobernador me advirtieron que la zona estaba difícil. Unos noruegos “Spitzbergen Project” hablaban en su blog de avances de 500m por hora. Una sueca, Elin Engerstrom, hablaba de cortes severos en las patas de sus perros que le habían hecho decidir darse la vuelta a mitad de camino; algo que también hacen los “Spitzbergen Project”.

Yo al principio iba bien y en realidad creo que el terreno estaba bastante aceptable, pero si le hubiera preguntado a Lonchas, a la vista de los cortes en la caña de sus patas, quizás no hubiera pensado lo mismo.

Así que llegados a la bahía de Hamerbukta, a 60 kilómetros del inicio del parque, decidí no seguir más al sur, y como hicieron los que me precedían comencé el regreso hasta Longyearbyen. Por esa zona las huellas de osos estaban por todas partes, no había kilómetro que no cruzáramos una solitaria línea de huellas o incluso huellas de hembras con oseznos. O todo a la vez.

Cuando ves tantas huellas, es conveniente estar muy atento y extremar las precauciones. Todas las noches que acampé encima del mar procuré buscar “pampas” abiertas, y evité estar cerca de los caos de hielos o crestas de presión. Mi idea era dejar una zona limpia y con visibilidad.

Lonchas dormía fuera de la tienda, atado y a simple vista desde la apertura de la tienda. Si ladraba de noche, iba a necesitar saber hacia donde miraba, para seguir su mirada y buscar el motivo de sus ladridos. No ladró ninguna noche.

La cerca anti-osos es un sistema que me fabrique yo con unos detonadores y que soy capaz de montar con una caña de pescar en menos de 1 minuto ¡y funciona!

Si algo o alguien traspasa el perímetro, salta una bengala. Esto es suficiente para despertarme y coger la pistola de bengalas o el rifle, siempre a mano. Dejo incluso un cuchillo cerca, por si acaso hay que rajar la tienda y salir por la vía rápida.

Así que dormía con la puerta semiabierta, salvo alguna noche que nevó.

Por las noches la temperatura bajaba hasta -30ºC, pero al salir el sol de madrugada, pegaba en la tienda y caldeaba mucho el ambiente. Aun así me despertaba con varios grados negativos. Después la cocina MSR dentro de la tienda se encargaba de poner la tienda a mas de +20ºC. Y aunque parezca mentira dormía tranquilo y muchas horas. Saber que Lonchas estaba fuera me daba mucha tranquilidad.

El clima nos respetó mucho más de lo que había imaginado, y salvo un día de fuerte ventarrón, que aproveché para leer y hacer descansar a Lonchas, los días fueros fríos y soleados y maravillosamente solitarios.

Un día, mientras estábamos por la zona más meridional de nuestro viaje, cerca de Hamberbukta, mientras desmontaba el campamento, vi 2 osos.

Lo normal es que después de salir de la tienda desmontara en primer lugar la cerca anti-osos y dejara libre a Lonchas, que entonces empezaba a deambular por los alrededores, a mear sobre todo bloque de hielo sospechoso y a revolcarse por todas partes. El rifle lo dejaba siempre en zona cercana y visible, y el revolver al cinto. Pero más que mirar a mi alrededor, prefería mirar a Lonchas de vez en cuando, ver donde miraba, si se mostraba inquieto, etc.

En una de esas miradas encontré a Lonchas tieso como una estaca mirando al horizonte. Nunca lo había visto tan atento durante el viaje, así que seguí su mirada y me encontré con un oso ahí mismo, a que distancia? Uff no me atrevo a dar una cifra. No quiero ser como el pescador…Ahí tenéis el video, sacad vuestras propias conclusiones.

Ese primer oso paso sin prestarnos atención, yo no lo vi mirarnos en ningún momento, pero si Lonchas y yo lo veíamos, digo yo que el oso…

A los pocos minutos paso otro más grande y ese si que nos vio. Se paró y nos miró. Nos miró dos veces, y creo que tuvo la intención de venir a ver si éramos comestibles, aunque cambio de idea. La verdad es que ni me asusté, ni me puse a decir bobadas a la cámara, ni Lonchas ladró, ni se lanzo a su encuentro, ni nada por el estilo. Fue un momento muy especial, fascinante. Allí estábamos los tres mirándonos, nadie perdió los papeles, ni el oso sintió más curiosidad. Paso de nosotros. ¡Mucho mejor!

Yo creo que el primer oso era hembra, y este segundo quizás era un macho. Y entre el olor de una buena hembra o dos panolis, eligió compañía femenina. Sabio animal.

Lamentablemente no todos los osos son tan adultos y están los jóvenes que acaban de dejar a la madre y no saben cazar y andan con más hambre que Dios talento. Estos y los viejos son los más peligrosos. No pueden cazar y están desesperados. Mejor no encontrarse con estos osos.

Mientras yo regresaba por el Parque Nacional me encontré dos noruegos rumbo sur. Venían desde el norte, viaje largo, 4 semanas.

Allí en mitad de la banquisa nos encontramos y charlamos un rato.

Les comenté que había visto osos y ellos que no tenían apenas comida para sus perros. Así que le saque a Lonchas unos kilos de pienso y deseándonos buena suerte, cada uno siguió su camino.

A los pocos días y mientras yo seguía de viaje, se lío una buena. Un oso joven y hambriento se acercó a por ellos. Dispararon bengalas, tiros al aire, los perros ladraban histéricos, pero el oso seguía acercándose. 50 metros, 30 metros, 18 metros. Pum, pum. Mataron a un oso de 2 años y 119 kilos de peso.

Si matas a un oso a más de 50 metros y además no le disparas de frente, eres culpable fijo. De hecho, si disparas un oso y lo matas, has de llamar al gobernador de Svalbard al instante. Estos sacan el helicóptero y se desplazan al lugar de los hechos con la policia. Y sobre el terreno se monta una investigación.

Si la cosa no cuadra mucho, ahí mismo se acaba la expedición y empieza el juicio en Noruega. Pero a 18 metros y en defensa propia, la cosa no ofrecía dudas y los dejaron continuar.

Días mas tarde pidieron un rescate alegando que se les había acabado la comida y no podían regresar por sus medios. No hizo mucha gracia esa llamada de rescate.

Cuando nosotros abandonamos el Parque Nacional, salimos de la banquisa por la bahía de Kvalvagen rumbo al glaciar Storbreen. Lo subimos y enlazamos con el Paulabreen. Preciosas vistas de las montañas y terreno cómodo, mas cómodo que la banquisa, y en principio con menos posibilidades de ver osos. Pusimos rumbo a la “ciudad” minera de Sveagruva, situada a orillas del Van Mijenfjorden.

De una a otra bahía a través de los glaciares empleamos tres días.

La vista de la mina es surrealista. Las montañas de los alrededores están pardas, la nieve está completamente manchada de carbón. Hay incluso unos kilómetros de carretera a lo largo de la población en dirección al puerto y a otras minas cercanas. Maquinas que pisan y mantienen una pista de nieve por la que circulan motonieves de trabajadores y ruido, ruido de camiones y sirenas.

Ya me habían dicho que allí los viajeros no eran bienvenidos, así que acampé frente a Sveagruva, montado la tienda en la orilla a escasos metros del mar y a un par de kilómetros de la ciudad-mina. Si ellos no quieren visitantes, yo tampoco tenia ninguna gana de acercarme por allí. Es que no me apetecía nada, la verdad.

Pero había cobertura de móvil, así que dentro del saco, junto al rifle y toda la parafernalia polar, estaba leyendo las actualizaciones de Facebook mientras oía camiones a lo lejos. En un lugar donde no hay ruidos, ni sonidos civilizados, me parecía que estaba durmiendo en la Gran Vía. Raro.

Solo había empleado 11 días en llegar a Sveagruva, en parte porque no había llegado tan al sur como yo planeaba y en parte porque en el viaje todo funcionaba de maravilla, tanto que me parecía un viaje demasiado “fácil” ¡De Svea a Longyearbyen hay 65 km y yo no quería llegar tan rápido!

Salí tarde y sin asomarme por la ciudad minera, pasé de largo por el mar siguiendo unas carreteras de hielo que debían llevarme hasta el glaciar Slakbreen. Pero después de muchas horas, aquello no cuadraba mucho con lo que veía en el mapa y de repente empecé a ver coches! ¡¡Coches en mitad de un glaciar!! No era surrealista; era lo siguiente. Por suerte paso un currela en motonieve y le pregunté en dónde estábamos, y si eso que veía a lo lejos eran coches. Hablábamos en noruego, pero mi acento le llamo la atención. Cuando le respondí que era español, me miro largamente, atónito.

Efectivamente veía coches: están empezando a explotar una mina nueva y han construido unos kilómetros de carretera por esa zona. Estaba en lo alto del glaciar Martabreen y la opción era dar vuelta y seguir esas pocos atractivas carreteras de hielo o tirarme glaciar abajo 500 metros de desnivel y aparecer en el valle de Reindalen. No lo dudé un instante.

La bajada era larga y franca y una gozada de esquiada. A la mierda las carreteras, las moto-nieves y las minas. En una hora estábamos acampando en la morrena del Martabreen. Otra vez el silencio, la paz.

Que raros habían sido los dos últimos días y que rápido estábamos otra vez lejos de las carreteras, las motonieves, las minas… y la cobertura de movil...

El Reindalen es un largo y ancho valle y para nosotros con un ligero desnivel negativo en dirección a la única pista balizada de todo el archipiélago, la que une Sveagruva con Longyearbyen.

Sobre la pista balizada se acababa la aventura, al menos la aventura que nosotros habíamos vivido en el Parque Nacional Sur y en los glaciares.

Los días en la banquisa, acampando en el mar con la vista en los frentes glaciares, las montañas y los osos polares. Eso quedaba atrás.

Despues de 250 km y 14 días llegamos de regreso a Longyearbyen por nuestros medios.

Otra vez Lonchas y yo mano a mano.

Mejor imposible.


José Mijares


José Mijares

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Comentarios

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2 comentarios

2. Orange power - 14 Jul 2013, 14:49
Joder veo a lonchas y es el reflejo de pancho,mi fiel malamuten,de momento solo hacemos invernales en la península,que envidia,un reportaje genial

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1. Kebnekaise - 08 Jul 2013, 18:40
Aunque no se hayan visto luchas a vida o muerte con osos polares, la verdad es que el video es bastante entretenido, porque es diferente a lo que se suele ver, y porque está presentado de forma amena y sincera, sin pretensiones.

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