El objetivo de la técnica es la fluidez |
Probad a empujar un coche sin gasolina en el llano y paraos. Luego volved a empujar, paraos, y volved a empezar. Probad a caminar y veréis como andáis como una marioneta. Cuánta fuerza desperdiciada cuando escalamos buscando con la mano cada agarre, pataleando con los pies de apoyo, con la espalda tan dura como una escayola. El temblor empieza en los gemelos y pronto se propaga hasta el muslo. Parece que estoy fatigándome, realmente me estoy fatigando.
La técnica es la capacidad de usar la fuerza que uno tiene de la mejor forma, de manera que uno pueda decir: “mis habilidades no me permiten hacer nada más”. Pero, ¿quién puede decir eso realmente?
El objetivo de la técnica es la fluidez, el conjunto de toda la capacidad coordinativa aplicada al máximo y sin la mediación de la razón, es decir, como intuición y no como cálculo.
Me paro y continúo, me paro y continúo. Pero cada vez que arranco consumo un poco de energía más, y si sumo todos esos pocos, al final acabo llegando a la cadena con una mochila de plomo cargada sobre la espalda. La herrumbre de las articulaciones me frena la salida, el miedo a que el miedo vuelva me genera todavía más miedo y mi ascensión se vuelve como de madera.
Técnica y fuerza son en solitario totalmente insuficientes |
De acuerdo, no puedo ser una ola de mar o un río que discurre por entre las rocas, continuo y redondo, sin fisuras. Pero sólo eliminando los roces, quitando ese freno de mano siempre a medio poner, inclinándome sobre la ola y surfeándola el mayor tiempo posible, con un único movimiento curvilíneo y sin rupturas, desde la base hasta la cadena, podré finalmente controlar el esfuerzo y cansarme sólo lo necesario, no más.
Por lo tanto, la fluidez es el objetivo y el compendio de toda la técnica, el “software” necesario para desarrollar la fuerza precisa (y es magnífico tener mucha). Una fuerza que de otra manera sería inútil, como una computadora sin sistema operativo, que no sabría calcular ni un 2+2. Sería como una masa de músculos inflada con electroestimulación, como escalar una cascada de hielo sin piolet ni crampones.
Pero en este mundo nada es gratis. Se pague antes o se pague después, la cuenta siempre llega, y para desarrollar mucha fuerza debo quemar energía, energía que se desperdicia si no he insertado previamente en el cerebro el programa necesario para aprovecharla toda.
Entendámonos, nadie le quita méritos a la potencia: yo quiero agarrarme a regletas de un milímetro y traccionar sobre monodedos de un centímetro, porque la fuerza no está en contradicción con escalar bien. Es necesario agarrarse, y mucho, para llevar más allá los propios límites. Es necesario, pero no suficiente, y todo está ahí. Es indispensable, pero puede ser absolutamente inútil.
La fuerza tampoco está en contradicción con escalar bien |
Técnica y fuerza, condiciones necesarias, pero en solitario totalmente insuficientes. Tanto que al máximo nivel puede identificarse la una con la otra. En el rebote que se da en un pasaje dinámico extremo se produce una explosión de fuerza, una sacudida de energía que se convierte en elasticidad. Dicha elasticidad, a su vez, se expande y crea fuerza adicional aparentemente de la nada.
Al máximo nivel, la fuerza y la fluidez dejan de ser cosas distintas y coinciden para crear un extra de energía, con lo que puedo sostenerme en la pared más de lo que realmente soy capaz, supero el 100 por ciento de mi máximo en estático. La fluidez se convierte pues en energía y no actúa al servicio de la fuerza, sino que ella misma deviene fuerza.
Más resistencia
¿Y la resistencia? Si los pasos son demasiado duros para vosotros, después de algunos movimientos tendréis el brazo hinchado de ácido láctico. Por eso, la resistencia es fundamental. Alguien habituado a levantar un peso de 100, conseguirá muchas veces levantar 10, que percibirá como una pluma. Si, por el contrario, como máximo levanta 15, pocas veces podrá repetir 10, que será como el plomo.